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diciembre 04, 2009

¿Soy cliente? ¿Soy sacerdote? ¿Yo?

En el Antiguo Testamento bíblico, había que mantener a los sacerdotes del templo. Ellos estaban a cargo de mediar entre Dios y los hombres, y de hacer todo el trabajo ministerial. El pueblo de Israel no hacía mayor cosa por hacer la obra de Dios.

Pero Cristo vino a modificar la estructura religiosa de su tiempo, y nos dejó una vida ministerial en la cual todos somos sacerdotes y ministros. Cada miembro de la iglesia primitiva hacía un trabajo, y al menos contaba como su ministerio el velar por las necesidades de los otros. Dejaron de depender de las figuras sacerdotales para hacer el trabajo de Dios.

Mantuvimos como cristianos esa brillante innovación, hasta hace poco tiempo, en la que empezamos a regresar al modelo ya caduco del Antiguo Testamento. Contratamos gerentes, directores, administradores de la Iglesia, para que hagan el trabajo de Dios. Luego, evaluamos su desempeño y los cambiamos anualmente si no nos satisfacen, mientras nos sentamos con mentalidad de cliente: "enséñanos, estructúranos, planifica y ejecuta por nosotros".

Pero eso atenta directamente contra el modelo de ministerio para el cual Cristo se sacrificó, y quebranta el corazón de Dios. Cierra las puertas de nuevo a una vida en la cual cada uno velamos por las necesidades de los creyentes.

No me malinterpreten, habemos varios trabajadores asalariados dentro de la estructura de la Iglesia. Pero ser el ministro que hace todo, que es el hombre orquesta, solo provoca el desgaste propio, y la frustración de los miembros del equipo, el desperdicio de sus dones, y el estancamiento de su vida de propósito.

El líder que no está inspirando a cada miembro a hacerse cargo de una parte de la obra, a ser las manos de Dios en la tierra, está fallando como tal, está desobedeciendo como tal, y está creyendo que es el único capacitado o empoderado para hacer el trabajo.

Cada uno de nosotros, todos nosotros, sin importar si recibe un salario o no, tiene la obligación, en gratitud por el sacrificio de Cristo, de no ser un espectador ni de rendir al mínimo, sino de invertir sus talentos, sus experiencias y su energía, en hacer ministerio entre sus hermanos.

Adaptado de La Revolución de los Voluntarios, por Bill Hybels, pags. 60-63

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